Extrañar la casa
es extrañar el nido.
Ese lugar calentito
donde nos sentimos uno mismo.
Donde podemos ofender
y ser ofendidos
pero todo sigue igual.
Todo sigue igual.
Después de un lustro de cambios
la casa recibe con los brazos abiertos.
Basta con acercarse y
agarrarla por la cintura
para meterla bien
bien
bien
profunda
en el pecho.
Y así, uno se hunde en las colchas
¡que los pies no salgan para afuera!
que hace frío
y no hay ganas de estar
en otro lado.
Hay ganas de estar en casa.
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